lunes, 17 de septiembre de 2007

¿Preservación o construcción?

Editorial del Diario La Nación de Buenos Aires del Lunes 17 de Septiembre de 2007.-

Urbanistas y ciudadanos que aman ciertas fisonomías peculiares de nuestra ciudad defienden la preservación del aún riquísimo patrimonio arquitectónico porteño, amenazado por el auge de la construcción y las consiguientes demoliciones que esa tendencia provoca. Mientras no sea tomada una decisión al respecto y no se la haga respetar a rajatabla, habrá que seguir resignándose a ser testigo impotente de la paulatina desaparición de irreemplazables testimonios de la historia urbana.

La discusión no es nueva. Comenzó, es probable, cuando en pleno siglo XIX el intendente Torcuato de Alvear dispuso demoler la antigua recova que cortaba en dos la Plaza de Mayo y horadar las manzanas ubicadas entre las calles Rivadavia e Hipólito Yrigoyen (Victoria, en aquel entonces) con objeto de darle su traza a la Avenida de Mayo. Continuó con la apertura de la entonces denominada avenida Norte-Sur (hoy, 9 de Julio), postergada por causa de esas discusiones hasta después de la edificación del Obelisco y la plaza de la República.

Más tarde, esa controversia se posó sobre el destino del Barrio Sur, o sea San Telmo y Monserrat. Y ahora se ha extendido a Recoleta, donde grupos de vecinos se han movilizado para impedir la desaparición de petit hoteles de la más acentuada concepción francesa; a Caballito, cuyos residentes abominan de los edificios torre y defienden las casas de una o dos plantas, y a otras zonas en las cuales también se aspira a mantener la fisonomía netamente barrial.

Tan dilatada cuestión se explica porque las normas que rigen la preservación nunca han sido claras, concretas ni de alcance generalizado para todos por igual. Entretanto, las autoridades y los funcionarios no se preocuparon en exceso por promoverla: al contrario, prevalecieron la indolencia y las interesadas excepciones a sus términos.

No se trata, por cierto, de oponerle trabas al progreso. Sí, de encuadrarlo en términos de razonabilidad que tengan en cuenta, por ejemplo, que la diversidad de estilos arquitectónicos -un auténtico "catálogo", se ha sabido decir- es uno de los mayores atractivos de esta Buenos Aires que, hoy por hoy, está segunda en el cuadro de las posiciones de las preferencias del turismo mundial.

Desde la declaración de la autonomía de la ciudad se ha ido demorando de un año para el otro el tratamiento legislativo y, por ende, la aplicación definitiva del Plan Urbano Ambiental, que debería estar vigente desde hace varios años. Tampoco han sido aplicadas a conciencia las normas vinculadas con esta cuestión, lo cual ha dado como resultado la falta de una escala de valores preservables unificada y, en su marco, qué se debería preservar y cómo hacerlo.

Nuestro patrimonio arquitectónico, al igual que el de cualquier otra parte del país o del resto del mundo, forma parte no sólo de la cultura sino de la memoria colectiva. Dejar que se vaya deteriorando o, peor, que sea destruido, como ocurre en la actualidad, equivale a conspirar contra la integridad de ese acervo que, de por sí, ya ha sido muy maltratado por desidias incomprensibles y desconocimientos casi siempre interesados.

Hasta la Legislatura local se ha conmovido por esta cuestión para nada intrascendente. Por lo menos dos proyectos, suscriptos por Fernando Caeiro y Jorge Enríquez, respectivamente, se han ocupado de ella. El primero aboga por la declaración de emergencia patrimonial de la ciudad, por el término de 365 días, y la suspensión de las demoliciones de inmuebles cuyos planos estén registrados antes del 31 de diciembre de 1941; el segundo, entretanto, promueve la suspensión del derribo de los edificios que figuran en el inventario del Ministerio de Cultura porteño. Se trata de dos iniciativas sensatas y atendibles. Bien merecerían, pues, ser tenidas en cuenta para dar pie a un debate abierto, desinteresado, documentado, totalizador y, por supuesto, definitivo.

Nueva York, sin ir más lejos, cuenta con alrededor de 30.000 -o más- inmuebles protegidos. Abundan en todo el mundo los ejemplos de áreas urbanas íntegras sometidas a rigurosa preservación para mantenerlas como testimonios de una época o una situación determinadas.

Nuestra ciudad ha sido beneficiada con la posesión de un patrimonio arquitectónico tan rico y abundante que hasta ha podido capear con cierto éxito muchísimas décadas de destrucciones y abandonos.

Es probable que la solución pase por ese punto medio en el cual reside la virtud. No se trata de invalidar el progreso ni, mucho menos, de plantear trabas a la industria de la construcción de viviendas. Sí, en cambio, de que ésta no se desarrolle a tontas y locas, aceptando claras reglas de juego e incluyendo el análisis pormenorizado de cada proyecto, realizado con anterioridad a cualquier clase de demolición, a fin de que los testimonios valiosos de nuestro pasado sigan en pie y se les evite el riesgo de convertirse en apenas un melancólico recuerdo.

Fuente: La Nación

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