viernes, 31 de agosto de 2007

EL PATRIMONIO ARQUITECTÓNICO ARGENTINO

Por Gustavo Brandáriz

1. Concepto de Patrimonio. Ideas y problemas

Desde hace unas décadas, en el ámbito cultural, se denomina patrimonio a un conjunto de bienes materiales o “intangibles” que, a juicio o interpretación de expertos o aún legos, integran un conjunto “propio” de la comunidad, caracterizado por su valor cultural sobresaliente, con total independencia del concepto jurídico - económico que vincula al mismo vocablo con el dominio o el derecho de propiedad y especialmente, de propiedad privada. Se trata de dos acepciones de un mismo vocablo - la jurídica más precisa, antigua y difundida y la cultural más metafórica y reciente -, que, por ser “instalaciones” teóricas en campos diversos no presentan, en sí, interferencias ni conflictos conceptuales.

Obviamente, el patrimonio, en su acepción jurídica, tiene una condición objetiva que permite establecer fehacientemente la titularidad del dominio. En cambio, el patrimonio cultural es un conjunto impreciso tanto en su esencia como en sus alcances y se vincula con una “pertenencia” abstracta y subjetiva, que no implica en absoluto dominio sobre la cosa ni derecho sobre ella.

No obstante, al desarrollarse en el terreno de las ideas la noción de patrimonio cultural, también surgieron reflexiones en relación con las políticas culturales y con la ciencia jurídica. De estas reflexiones surgieron los debates en torno al papel que podía caber a los organismos públicos en la investigación y difusión de los valores del patrimonio cultural y su eventual protección y preservación. En este sentido, existen antecedentes ya muy estudiados y un importante cuerpo de doctrina que reúne ideas a veces contradictorias y siempre susceptibles de cuestionamientos críticos, tales como la doctrina de los derechos difusos de la comunidad o la sucesión de declaraciones aprobadas por congresos u organismos internacionales, como la Carta de Venecia (1964), la Declaración de Amsterdam (1975) y el Documento de Nara (1994) o los documentos fundacionales del ICOMOS y de la Convención de Patrimonio Mundial.

Más allá de las polémicas en torno a la acción de los poderes públicos y sus límites, pareciera ser hoy una doctrina ampliamente aceptada la que sostiene la importancia para la humanidad de la preservación del patrimonio cultural y la necesidad, para ese fin, de estudios técnicos rigurosos y precisos no sólo en lo referente a las terapéuticas conservacionistas sino también en la etapas previas de inventario, valoración, catalogación y diagnóstico y en las etapas simultáneas o posteriores de difusión.

Uno de los campos de la cultura en los que la teoría del patrimonio cultural ha logrado mayor desarrollo en estas últimas décadas, es el de la arquitectura. En este contexto, pueden considerarse antecedentes valiosos de la actual teoría de la preservación del patrimonio cultural arquitectónico, las acciones de los restauradores románticos del siglo XIX y de sus teóricos, como Eugenio Manuel Viollet - le - Duc, John Ruskin o Camilo Boito, aunque sus intervenciones en los edificios antiguos no siempre tuvieran bases científicas y rigor documental. Lo mismo podría decirse de las acciones de restauradores de los comienzos del siglo XX como el italiano Gaetano Moretti o el argentino Martín Noel. Poco a poco, sin embargo, fue creciendo la idea de que las intervenciones debían tener mayores fundamentos científicos y, en esta segunda fase, sobresale, en la Argentina, la acción y el pensamiento de Mario J. Buschiazzo, quien, como muchos de sus contemporáneos de diversas latitudes, profundizó los estudios históricos como medio de investigación sobre los edificios y conjuntos valiosos. Del pensamiento de hombres como Buschiazzo y sus contemporáneos nació la idea de creación de organismos gubernamentales encargados específicamente de la declaración y conservación de bienes inmuebles considerados monumentos históricos, cifrando en esa clasificación, principalmente en el valor de haber sido tal inmueble el ámbito en donde había sucedido un hecho de trascendencia histórica, con independencia del valor artístico, técnico o documental de la obra en sí.

La generación siguiente de estudiosos y teóricos, delineó la noción de patrimonio arquitectónico, justamente para sortear la limitación conceptual que implicaba la noción de monumento histórico, y rescatar el valor de obras que no habían sido el escenario de ningún episodio singular relevante, pero que constituían en sí, por sus características propias, componentes valiosos del patrimonio cultural. Esta generación, que puede identificarse con la acción en el plano nacional e internacional de especialistas como Raymond Lemaire, Piero Gazzola, Michel Parent, Roberto Di Stefano, Jorge Gazaneo, Sherban Cantacuzino, Neil Cossons, Tschudi Madsen y Jean Barthelemy, centró sus acciones en la labor teórica a través de la creación de estudios de posgrado especializados, la fundación de organismos no gubernamentales y la proliferación de congresos internacionales de especialistas e incentivando inventarios, restauraciones y reciclajes.

En los países en los que el cuerpo de ideas logró mayor desarrollo, como Inglaterra o Italia, fluyeron capitales públicos y privados para la concreción de intervenciones científicas destinadas a la preservación del patrimonio cultural arquitectónico. En el caso de la Argentina, si bien ha crecido la conciencia conservacionista, la mayor parte de las intervenciones son aún intuitivas y no se fundan en investigaciones científicas y su debate se realiza aún en términos más pasionales que racionales. Por ejemplo, la reciente polémica pública acerca de “restauraciones” de fachadas de edificios finiseculares, en donde se cubrieron con pintura de frentes de uso comercial lo que eran revestimientos realizados con la técnica “símil piedra”, pone en descubierto el hecho de que, más allá de la buena voluntad, existe aún un grado elevado de improvisación y falta de conocimiento profundo de las técnicas apropiadas y, por el otro lado, un desconocimiento del sentido económico en la acción humana y de sus motivaciones.

2. Patrimonio Arquitectónico: extensión y delimitación del campo de estudio. Lo argentino.

Desde alrededor de 1910, en la República Argentina, se han multiplicado las doctrinas y los debates en torno al tema de la argentinidad y la identidad nacional. Estos debates no han sido cerrados y revisten indudable interés y fecundidad, tanto en su proyección futura como en lo referente a la valoración histórica. No obstante, su matiz, es principalmente ideológico. En el caso de la arquitectura, bajo el influjo de pensadores como Ricardo Rojas, Juan Kronfuss, José Torre Revello, Martín Noel, Ángel Guido, Guillermo Furlong, Mario J. Buschiazzo, Vicente Nadal Mora, Héctor Greslebin y muchos otros, las polémicas han girado, principalmente, en torno a la condición argentina o extranjera de las obras impregnadas de estilos no coloniales, tales como el neo renacimiento italiano, el Beaux Arts francés o el pintoresquismo inglés.

El hecho de que una pléyade de historiadores de la arquitectura argentina hayan profesado una viva simpatía por el pasado colonial hispánico, asociando la idea de argentinidad con la de hispanismo, indudablemente ha favorecido la conservación en el siglo XX de las subsistencias de esa arquitectura. No sólo dejaron de demolerse edificios “coloniales”, sino que su valoración cultural subió a un punto en que, para muchas personas de alta cultura, se asoció la idea de patrimonio arquitectónico histórico con la época “colonial”. En cambio, las huellas de muchos otros períodos y de otras arquitecturas no coloniales, han ido casi desapareciendo físicamente, quizás en gran parte por la inexistencia de una valorización comparable de su legado, al punto tal que casi no quedan en pié testimonios de la obra de arquitectos que fueron muy importantes pero que actuaron en esos períodos aún hoy menos valorados.

Obviamente, si la conservación depende del valor, y éste se funda exclusivamente en causas emotivas, el patrimonio arquitectónico queda librado a la suerte que le deparen las modas circunstanciales, con el consiguiente problema de que lo perdido es irrecuperable. Por este motivo, resulta a todas luces conveniente, que exista un estudio científico y desapasionado del patrimonio, que procure registrar de un modo inclusivo y no excluyente cuantas manifestaciones puedan considerarse de valor por su representatividad de una época, una región, una particularidad artística, teórica, geográfica o histórica, una tendencia social, una política, una causa económica, religiosa o social, un valor ambiental o documental, o una inspiración trascendente, etc.

Tales serían, por ejemplo, los casos de edificios representativos de la época de Rivadavia, algún típico galpón de estancia patagónica, un petit hotel diseñado por Christophersen, una casa de renta que testimonia el pensamiento racionalista, una casa maderera del Delta, unas viviendas de inmigrantes friulanos o alemanes del Volga, una escuela primaria sarmientina, un típico almacén de esquina de estilo italiano, etc. Tales serían, también, los casos de edificios como el Kavanagh, el Banco de Londres, la Catedral de Concepción del Uruguay, el Tigre Club, el Hotel Provincial de Mar del Plata, la Casa Curutchet en La Plata, la casa de Manuel de Falla en Alta Gracia, el Cabildo de Salta, la casa de Capraro en Bariloche y el Hotel de Gianotti en Mendoza. La lista es muy larga.

El espectro, por lo tanto, deberá abarcar todas las manifestaciones de valor, en todo el actual territorio argentino, sea cual fuere su origen, motivación, carga ideológica o grupo de pertenencia.

Evidentemente, esta postura inclusiva despeja muchas dudas respecto del patrimonio arquitectónico. Por ejemplo, aclara la situación del edificio del disuelto Ministerio de Obras Públicas, en la Avenida 9 de julio, cuestionado como obstructivo del tránsito vehicular y criticado en su estética, pero cuyo valor testimonial de una época resulta fácilmente demostrable. También aclara este concepto la situación de los Silos de Puerto Madero, el valor de la Confitería del Molino y de Las Violetas, y el destino del conjunto edilicio de la Escuela de Mecánica de la Armada.

En todos estos casos y en muchos otros, la amenaza contra el patrimonio proviene de profanos en la materia: ello no debe extrañar. No todo edificio reviste valor patrimonial para los no entendidos, y ese desinterés por la conservación no es exclusivo de nuestra sociedad. Mucho antes de que se desarrollara el pensamiento europeo moderno, la Basílica de San Pedro de Bramante y Miguel Angel reemplazó a su predecesora paleocristiana, Carlos V erigió su Palacio en medio de la Alhambra y el Partenón voló por los aires al estallar el polvorín en que había sido transformado. El pensamiento favorable a la preservación es nuevo, y, justamente por ello, abre una gran posibilidad de conservar lo que no se ha perdido aún.

Nadie se esfuerza por conservar aquello que cree que no vale. Pero una revaloración oportuna e inteligente estimula la conservación en vez de espantar al propietario. Si, en cambio, la revaloración se intenta de un modo agresivo, incomprensivo o abusivo, en vez de incentivar la preservación favorecerá la destrucción del bien, ya que los inmuebles están inevitablemente sujetos a los vaivenes del mercado inmobiliario: si el valor se deprime, el propietario probablemente trate de adelantarse liberando el terreno de un estorbo para su reutilización. Si, en cambio, el valor sube, el bien se auto - preserva.

3. Estado actual de los conocimientos sobre el tema de estudio y de su difusión. Antecedentes.

Como en casi todas las actividades culturales, en la Argentina, la mayor cantidad de testimonios pertenecen al área metropolitana de Buenos Aires y la mayoría de los estudios académicos y no académicos también se centran en esta área, incurriéndose, frecuentemente, en el defecto de considerar como de importancia nacional todo lo sucedido en ese reducido ámbito geográfico. Este defecto no siempre es fruto de un descuido cuestionable del resto del país, sino consecuencia de un desconocimiento de una realidad más completa. De modo que un trabajo más científico debería actuar como un elemento de corrección sobre este desbalanceo, equilibrando el peso de lo metropolitano con el de otras manifestaciones no menos valiosas ubicadas en contextos menos investigados y difundidos. Obviamente, esta intención correctiva no será de fácil concreción, porque aún faltan muchos de los relevamientos y estudios de base, necesarios para que el panorama total tenga una adecuada compensación.

Hecha esta salvedad, es posible reseñar una evaluación de los conocimientos sobre el patrimonio arquitectónico argentino señalando algunos jalones históricos. En primer lugar, existen narraciones históricas de la evolución de la arquitectura argentina, desde hace más de un siglo.

La primera historia de la arquitectura argentina se debe a la pluma de Sarmiento y data de 1879: se trata de un artículo publicado en una revista cultural de la época y es una crónica no exenta de intencionalidad pedagógica. Posteriormente, y ya en nuestro siglo, al calor del movimiento “neo colonial”, entre 1915 y 1945, se profundizaron los estudios sobre la arquitectura colonial, publicándose valiosos relevamientos como los de Kronfuss y Augspurg y numerosos ensayos históricos, frecuentemente apologéticos.

La primera historia moderna, basada en el estudio de los nexos históricos, se debe a Mario J. Buschiazzo, fue publicada por la Academia Nacional de la Historia en tiempos de Ricardo Levene, y sigue siendo fuente de consulta y materia de estudio universitario.

En la década del ‘70, la revista de arquitectura “Summa” encaró, bajo la orientación de Marina Waisman, la publicación de una larga serie de investigaciones, de pluralidad de autores, las que, ordenadas luego cronológicamente, se integraron en un volumen titulado “Documentos para una historia de la arquitectura argentina”, publicación que constituye todavía la más documentada y completa - aunque despareja - compilación de ensayos históricos sobre la arquitectura argentina.

En 1981 Eudeba confió también a numerosos autores la elaboración de breves ensayos que aparecieron en 10 fascículos, estableciendo un panorama cronológico y regional de la historia de la arquitectura en el país, con destino a la divulgación no especializada.

Un tiempo después, en el contexto de su Historia General del Arte en la Argentina, la Academia Nacional de Bellas Artes acometió la tarea de publicar una colección de ensayos eruditos, de autores varios, sobre la evolución de la arquitectura en cada período estudiado. Esta publicación se halla en curso, habiéndose editado varios tomos y estando en preparación otros más, como el que tratará acerca de la arquitectura Art Deco, Neo Colonial y Racionalista, fruto de las investigaciones de Federico Ortiz.

En 1991 la Editorial Claridad publicó dos pequeños tomos firmados por Jorge Glusberg bajo el nombre de “Breve Historia de la Arquitectura Argentina”. Ese mismo año, el Consejo Profesional de Arquitectura y Urbanismo de la Capital publicó un ensayo de 60 páginas sobre historia de la profesión de arquitectura en la República Argentina, de nuestra autoría.

Todos estos son trabajos de carácter historiográfico y sobre el conjunto temporal y espacial de la arquitectura argentina (no sobre particularidades temáticas, regionales o cronológicas, acerca de las cuales abundan los ensayos puntuales). En cambio, los Documentos de Arte Argentino, publicados desde 1939 por la Academia Nacional de Bellas Artes, son monografías específicas sobre edificios o conjuntos de edificios afines y se acercan más al tipo de estudio académico que permiten un mayor conocimiento del patrimonio arquitectónico. Estas publicaciones, sin embargo, nacían en un contexto de ideas que tendía a la identificación de “monumentos históricos”, especialmente coloniales.

Muy distinta es la serie de publicaciones monográficas nacidas bajo el influjo de la Carta de Venecia de 1964 y sus consecuencias. En esta lista, deberíamos señalar, entre otras, las siguientes obras:

Gómez Crespo, Raúl Arnaldo y Julio Alberto Vita. Patrimonio Arquitectónico Marplatense. La Plata, Arx, 1983.

Cedeira, Daniel O. y otros autores. Patrimonio Arquitectónico de La Plata. La Plata, Arx, 1984.

Kantarovsky, Pablo y Orlando Billone. 300 años de lugares y edificios. San Miguel de Tucumán. 1685 - 1985. Tucumán, Municipalidad de San Miguel de Tucumán / Sociedad de Arquitectos de Tucumán, 1985.

Sorolla, María Luisa y Silvia Irene Baccino. El Patrimonio Arquitectónico de Zárate. Zárate, Municipalidad de Zárate, 1988.

En estos casos, es manifiesto el interés por el patrimonio y no sólo por la historia. En todos los casos existen datos de ubicación de los casos considerados, documentación fotográfica y planimétrica y testimonio sobre una asignación de valor. Los ejemplos abarcan todo el recorrido histórico, hasta la época reciente y excluyen los casos demolidos. No obstante, ausencias como la de la Casa Curutchet, obra de Le Corbusier en La Plata, permiten señalar que estos estudios deberían ser complementados.

Un segundo conjunto de trabajos pertenecen a otro agrupamiento: ya no se trata de listados ilustrados y acompañados por algunos datos complementarios, sino que se inscriben en la tendencia a inventariar el patrimonio de un modo más técnico, y más parecido a un fichaje sistemático. En este grupo mencionaremos a los siguientes trabajos:

La serie IPU de la ciudad de Buenos Aires (c 1987). Obra de Liliana Aslan, Irene Joselevich, Graciela Novoa, Diana Saiegh y Alicia Santaló, con el selo IPU - Inventario de Patrimonio Urbano, se trata de una serie de libros sobre barrios de la ciudad como Belgrano, Barracas, Palermo y Flores, que constituye más un primer relevamiento, en el cual aún faltan completar muchos datos. Por ejemplo, la Escuela Alberdi en Belgrano no figura como obra de Carlos Morra.

La serie El Patrimonio Arquitectónico de los Argentinos, editada por la Sociedad Central de Arquitectos (c 1983). Constituye un conjunto de libros de gran formato, que abarcan sólo una parte geográfica del país, (proyecto total no completado) y que tienen un método evidente, con relevamientos mejores que los éditos hasta su momento e incorporación de ejemplos hasta entonces ausentes en las historias de la arquitectura. Obra de autores como Marina Waisman, Ramón Gutiérrez y Alberto Nicolini.

Existen, además, publicaciones acerca del patrimonio arquitectónico de ciudades como Bahía Blanca o Ushuaia. A esta misma familia pertenece un trabajo moderno y sistemático que merece destacarse:

Universidad Nacional del Litoral, Facultad de Arquitectura y Urbanismo / Colegio de Arquitectos de Santa Fe / Fundación Centro Comercial. Inventario, 200 obras del Patrimonio Arquitectónico de Santa Fé. Santa Fe, Universidad Nacional del Litoral, 1993.

Fruto de 2 años de labor por un gran conjunto de relevadores y con una dirección científica universitaria, se trata de un trabajo técnico homogéneo y mucho más completo que muchos de sus precedentes.

También a esta familia pertenece el trabajo acerca de Chascomús:

Morosi, Julio A. (Director), Beatriz C. Amarilla, Mabel I. Contín, Alfredo L. Conti, (Investigadores) Reinaldo Coletti y Graciela A. Molinari (Becarios). Diseño de un sistema de Registro del Patrimonio Paisajístico, Urbanístico y Arquitectónico Bonaerense. Una aproximación al preinventario del partido de Chascomús. Manel Gonnet, Laboratorio de Investigaciones del Territorio y el Ambiente, 1996.

Del mismo modo, pero sobre la estructura y formato de una guía de arquitectura y no de un inventario, en 1996 se ha publicado un trabajo valioso sobre el patrimonio arquitectónico de Córdoba, fruto de una cooperación económica española:

Waisman, Marina, Juana Bustamante, Gustavo Ceballos. Córdoba, Guía de Arquitectura. 15 recorridos por la ciudad. Córdoba - Sevilla, 1996.

Si bien no es un inventario, este trabajo da elementos orientadores muy eficaces para su desarrollo.

Del mismo modo, pueden señalarse una pluralidad de estudios de base que pueden servir eficientemente para la construcción de un inventario, tales como los estudios realizados por Buschiazzo sobre iglesias coloniales, Gazaneo, Scarone, M. Sáenz Quesada, V. Carreño, Y. Guzmán y Juan Pablo Queiroz y Tomás de Elía, sobre Estancias, Olga Paterlini sobre poblados azucareros, Liliana Lolich sobre la arquitectura de Bariloche, Giesso y Mezzara sobre las casas del Delta, Ortiz, De Paula y Gutiérrez sobre el aporte alemán, Alberto G. Bellucci sobre la obra de Salamone, Claudia Shmidt sobre la de Juan A. Buschiazzo, Mario Sabugo sobre la de Víctor Meano, Aliata sobre el Neoclasicismo, Francisco Liernur sobre el racionalismo, Álvaro Arrese sobre la Casa Curutchet, etc. La bibliografía es muy extensa y variada. En los últimos tiempos, los conocimientos han crecido de un modo exponencial. Nosotros, por nuestra parte, hemos sumado algunos aportes.

Falta, sin embargo, una obra sistemática de conjunto, que abarque todo el país, toda la historia, todas las particularidades y mantenga un equilibrio, con buena documentación y fácil accesibilidad. Una obra que, además, mantenga esa accesibilidad en el tiempo, ya que la mayor parte de los trabajos mencionados se hallan agotados y son difíciles de hallar en bibliotecas. Una obra que, además, constituya una estructura abierta que permita su perfeccionamiento gradual y permanente, con el avance de los conocimientos y de las valoraciones críticas. Una obra que, por su carácter institucional, escape a las subjetividades de autor. Para la ejecución de ese emprendimiento es que esta propuesta busca ser un elemento orientador.

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